Testo – in lingua spagnola – dell’intervento di Mauro Casadio al Convegno della campagna EUROSTOP a Barcellona

La Unión Europea no es el último horizonte para los pueblos del continente
Intervención EUROSTOP Barcelona 10 Octubre 2015, de Mauro Casadio
El punto de partida, y de llegada, de esta intervención es defender la propuesta que se ha hecho, en la presentación de hoy: crear un movimiento para construir una ALBA (en alusión a la Alianza Bolivariana para América)  que rompa con la actual Unión Europea. Una hipótesis que para defenderse necesita, asimismo, de una propuesta orgánica de superación del marco actual y que pretendemos representar en este Foro Euromediterráneo.


En la competición global actual, la Unión Europa es uno de los mayores protagonistas desde el punto de vista estructural, económico, financiero y comercial; este nuevo sujeto se desarrolla también en los campos político y militar, si bien todavía con pasos muy prudentes i matizados que tienen mucho en cuenta las relaciones de fuerza internacionales, sobre todo con los Estados Unidos. El objetivo, así pues, es claro y ha sido declarado públicamente: construir un nuevo sujeto estatal que realice un papel de primer plano en el escenario internacional.
Éstos son objetivos en parte alcanzados y en parte en construcción; si bien en un terreno esta nueva entidad sí ha conseguido ya un resultado; es el de la “ideología”, o sea el de la falsa representación de sí misma. Hablar hoy de Europa, figura trasfigurada de la mucho más concreta Unión Europea, significaría, en el sentido común que ofrece la comunicación oficial, hablar del nivel más avanzado de civilización jurídica y política, significaría hablar de la patria de los derechos democráticos, sociales y civiles; en definitiva, de una condición tendencialmente ideal a la que tendrían que orientarse todos los pueblos del mundo; que a su vez son evaluados según el metro de estos juicios. La UE junto con los Estados Unidos son los países que, de facto, deciden quien es país canalla, quien un extremista islámico, quien un terrorista, a quien envían a los tribunales internacionales.
Esta cultura eurocéntrica no aparece ahora por primera vez en la historia. Otras veces y en otras circunstancias ha sido usada para justificar los apetitos y los más tremendos horrores de las clases dominantes de nuestro continente. Esta imagen fue utilizada en la fase del primer imperialismo colonialista, a caballo entre el 1800 y el 1900, cuando los estados europeos “exportaban” civilización, cultura y “progreso” a los pueblos del resto del mundo inmersos en la ignorancia y en la indolencia. Sobre esto no dice nada nuevo al presentar ejemplos conocidos por todo el mundo, pero es útil hacer un paralelo histórico en relación a lo que está sucediendo hoy en el área que va de Afganistán a África occidental. Área donde, después de veinticinco años de bombardeos, intervenciones militares y manipulaciones políticas, se “maravillan” ahora del nacimiento del EI (Estado Islámico) y de la afirmación de una identidad religiosa regresiva pero vivida por aquellos pueblos como el último baluarte contra el intervencionismo occidental.
Esta guerra ideológica nos la presentan todos los días en los medios de comunicación de masas: contra el integrismo islámico, contra el paneslavismo gran-ruso o contra el populismo latinoamericano, aunque cueste convencer a sus antagonistas, sean auténticos o escogidos. Y un personaje ilustre, mientras tanto y en nuestro propio territorio, ha sido ya víctima de esta ideología, es la izquierda europea, sea de origen comunista, socialista o democrática, también la que viene del movimiento obrero.
La máquina institucional creada en torno al proyecto de la UE tiene, claramente, funciones oligárquicas y centralizadoras a favor de los poderes económicos y financieros continentales, como es la tendencia evidente a hacer la democracia cada vez más un oropel para agitarlo si hace falta, pero siempre a favor de las decisiones de quien cuenta en la gestión de las instituciones europeas. Las señales en este sentido son muchas, casi innumerables; pero a pesar de esta evidencia que el adversario de clase agita ante nuestros ojos sin preocupación, la izquierda europea se cierra idealmente dentro del recinto que se ha construido afirmando que no hay alternativa a la UE y que no hay alternativa al euro.
Esto nos lo dice la izquierda italiana, en vías de liquidación; incluso Syriza, que ha ganado las elecciones en Grecia asumiendo la responsabilidad de gobierno, y el mismo Podemos español está en esta sintonía de onda. De la misma manera que hasta los movimientos más o menos antagonistas de nuestro país que vienen del movimiento antiglobalización (No Global) del 2001, que dan por descontado que el ámbito en el cual hay que actuar social y políticamente no puede ser otro que el de la UE, que es vista como una institución contra la que combatir para cambiarla, en la medida en que tiene “en sí” la potencialidad de la democratización y del crecimiento social. La única fuerza en Italia que parece escapar de esta óptica, hoy, es el Movimiento 5 Estrellas, algunos representantes del cual se han posicionado públicamente a favor de una hipótesis de área Euromediterránea.
Esta visión totalizadora de la UE como ineludible condición histórica de la cual no se puede huir, tiene que ver tanto con las variantes más moderadas de la izquierda, que siempre se han reconocido en la idea de una Europa portadora de progreso y democracia, como con aquellas más radicales que ven en la clase trabajadora europea, incluso en sus nuevas formas, la condición social antagonista que puede permitir cambiar el signo político de la dimensión institucional continental.
El problema político y teórico que se plantea en esta escenario es comprender si esta autolimitación del propio horizonte dentro de la construcción de la UE es justa y, sobre todo, políticamente productiva. De hecho, aquello con lo que tenemos que tratar no es sólo con la construcción de una aparato estatal supranacional coercitivo y basado en la austeridad, sino con el nacimiento de un moderno Bloque Histórico burgués continental que se propone reafirmar su papel internacional y la hegemonía sobre las propias clases subalternas.
En definitiva, lo que hace falta es decidir si la Historia va en línea recta replanteando hoy a nivel supranacional los mismos procesos que en el pasado llevaron a la constitución de los Estados-nacionales, ya sea relación con las formas del Estado como con la composición de clase de esta nueva dimensión. O si, por el contrario, los cambios radicales, cualitativos y cuantitativos, de las nuevas relaciones productivas, económica y financieras mundiales nos empujan a caminar con más decisión en la valoración de la situación y de sus dinámicas, sin autolimitarnos en la concepción de escenarios y perspectivas diversas de aquellas a las que en gran medida estábamos habituados a referirnos en el curso del conflicto de clases internacional desde el 1900. Por nuestra parte, como militantes de la Red de los Comunistas, creemos que no es necesariamente útil mantener los parámetros que nos ofrece el adversario de clase. Y pensamos que no es erróneo concebir hipótesis y perspectivas que vayan más allá de éstos.
Así pues, creemos indispensable ir más allá del paradigma europeo que se nos propone e investigar aquellos elementos que pueden descomponer y recomponerse en otras perspectivas, desde la convicción plena de que la UE no puede ser nuestro último horizonte.
La naturaleza imperialista de la UE. Ésta es una valoración central porque actuar en los principales polos imperialistas comporta condiciones y consecuencias específicas. La UE, los EEUU y Japón son países y áreas económicas completamente imperialistas en el sentido del desarrollo completo de aquellas sociedades y no solamente en la acepción “militarista”, importante pero no decisiva para los fines de una valoración de calado. Actuar dentro de un polo imperialista como el nuestro implica también una valoración sobre las características de las clases subalternas y de su potencialidad antagonista.
El análisis de clase, la valoración de los potenciales puntos de ruptura política y social, hoy también de la interacción entre la dimensión nacional y la social (para nosotros países PIGS -acrónimo de Portugal, Italia, Grecia y España, que coincide con la palabra ‘cerdo’ en inglés-), la efectiva capacidad hegemónica del moderno bloque histórico burgués y otros; son todos elementos que han de ser evaluados en la lucha contra la UE en la medida en que son fundamentales para la construcción de una alternativa democrática y de clase realizable.
No entender la naturaleza imperialista de la construcción supranacional significa perder la orientación, y esto ha sucedido ya en la historia del movimiento socialista y sindical, en vísperas de la I Guerra Mundial, cuando se votó por los créditos de guerra, permitiendo así la masacre de millones de proletarios. Hay que desmentir, al tiempo, otro punto ideológico difundido estos años a manos llenas, el de que la construcción de la UE significa la superación de las condiciones que llevaron, en el 1900, a las dos guerras mundiales nacidas del conflicto entre naciones.
Si nos limitamos a los simples datos empíricos, realmente, desde que empezó formalmente el proceso de construcción de la UE en los años 90, la guerra, hasta entonces controlada, volvió a Europa. Primero, en la exYugoslavia y hoy en Ucrania. Entre otras cosas, desde aquellos años se ha formado un “anillo de fuego” bélico que rodea a Europa desde el Medio Oriente a África occidental, y la aventura libia, que forma parte del mismo, es el ejemplo más evidente de la miopía de las clases dirigentes europeas. Claro que las agresiones no han sido realizadas solamente por la UE, también por los EEUU, mucho más “activos” en los años de Bush, y por la OTAN, que ha sido el ámbito unitario dentro del cual se ha desarrollado la concertación/competición entre EEUU y UE en función del control de los países y de la división de las áreas de influencia.
En este sentido, vuelve a ser central la necesidad de tener un punto de vista propio sobre las dinámicas internacionales, la cuestión de la independencia política del movimiento de clase sigue siendo fundamental. Esto implica necesariamente también la capacidad de luchar contra el propio imperialismo, lo cual es mucho más difícil que la de denuncia y lucha contra otros imperialismos.
¿Clase continental o internacional? Éste es otro nudo que no puede ser ignorado en la concepción de un conflicto político de clase que combata contra la UE; las características de la clase trabajadora y de las clases subalternas que viven en la UE no son elementos secundarios a la hora de concebir y hacer crecer una propuesta política. Hay que reconocer que la burguesía ha sido, en estos últimos decenios, mucho más “internacionalista” que el movimiento de los trabajadores. Antes del inicio efectivo del proceso de construcción de la Unión las clases (burguesía, proletariado y sectores medios) y los partidos tenían una dimensión nacional, así como también la representación y las propuestas políticas. Hoy los procesos de reorganización internacional de la producción, de las finanzas, del comercio han deshecho completamente este escenario.
Estos procesos estructurales se “extienden” sobre el mundo modificando no sólo el dato objetivo en relación a las clases sino también la percepción subjetiva, o sea política, que éstas tienen de sí mismas. Los referentes de identidad que caracterizaban antes el mundo del trabajo hoy están completamente en crisis y tienen que ser revisados en base a los procesos objetivos y a la reafirmada hegemonía del capital.
Los procesos objetivos, por otra parte, se han encargado de desmentir un lugar común según el cual la clase obrera estaba destinada a la extinción. En realidad, la dimensión internacional de la producción ha producido un incremente cuantitativo de la misma en las periferias productivas mucho más extendido que en los años 70 y 80.
Esta articulación y diferenciación de las condiciones de las clases trabajadoras no hace referencia solamente al resto del mundo, sino que penetra y modifica las condiciones internas en el área de la UE. Podemos decir que en la UE tiene lugar una desigualdad en las desigualdades sociales. De un lado, tiene lugar un intenso proceso de polarización social/proletarización de trabajadores y capas medias en los países PIGS, un dato que se verifica de forma más intensa en Grecia, España y Portugal que en Italia, donde el nivel de riqueza privada permite que en alguna medida haya todavía un cuerpo social central que tiene reservas y recursos que le permite no caer en la escala: hablamos de riqueza inmobiliaria, ahorro invertido y rentas espurias al lado de las legales.
Los sectores populares y una parte de las clases medias han sido desplazadas hacia abajo, no sólo materialmente sino también como percepción de sí; mientras la burguesía más rica es impulsada hacia arriba arrastrando con ella algún millonario más. De otro lado, en los países del núcleo norte europeo (Alemania, Holanda, países escandinavos, etc.) la existencia de un surplus y de un sistema de Welfare State, ha permitido mantener una estructura social más parecida a aquella tradicional de los “dos tercios”, con un tercio de la sociedad (parados, migrantes, capas pobres) abajo, una amplia capa media compuesta también de trabajadores asalariados, y una consistente burguesía.
Italia, por fin, es asimétrica. Sólo una parte del país (la parte Norte y Emilia) es integrable en el ciclo expansivo del modelo productivo europeo dirigido por el mercantilismo alemán. Es aquí, por ejemplo, donde se está produciendo la relocalización de un sector de alta intensidad de trabajo, como el de calzados, obviamente para la exportación a los mercados exteriores y no para el mercado interno.
El Sur mantiene y agudiza todos los elementos críticos. Es verdad que ahora que entran en el cálculo del PIB también las actividades extralegales como el tráfico de droga, el contrabando y la prostitución, puede ser que algún parámetro pueda dar resultados diferentes. En síntesis, de todas formas, un país fracturado entre una parte conectada al modelo mercantilista (exportaciones y atracción de inversiones extranjeras); una parte subsidiada por la economía extralegal “legalizada” y una parte basada en el dominio de la subsidiaridad al contrario: el sector terciario social. Esto, junto con el desmantelamiento del welfare y el turismo son los rasgos de la especialización económica de Italia en el contexto europeo. Nos lo dice hoy también la OCDE, que afirma que en Italia el 20% más rico de la población detenta más del 60% de la riqueza.
El desarrollo de las Fuerzas Productivas. No podemos limitarnos a hacer un análisis estático de la situación de desigualdad y de las contradicciones que están emergiendo, sino que estamos obligados también a tener una idea dinámica del desarrollo actual y de las potencialidades que existen fuera de nuestro continente.
Si observamos el “estado del arte” del desarrollo completo, a primera vista parece que los punto de mayor desarrollo en el mundo sean los centros imperialista y que el resto siga su trayectoria. Sin embargo, en un análisis más a fondo las cosas aparecen de otra manera. De hecho, si es verdad que las fuerzas productivas ligadas a la ciencia y la tecnología tienen en estos países sus lugares de excelencia, es también cierto que este tipo de desarrollo tiene en sí algunas contradicciones. La primera es que estas fuerzas están, en la más pura lógica capitalista del beneficio, estrechamente conectadas al resto de la producción mundial globalizada, gracias al desarrollo completo y progresivo del uso de la ciencia y de la tecnología, generando consecuentemente una perspectiva de competición también en este ámbito.
La otra contradicción es que para estos países la realización de los beneficios pasa en gran parte por el aumento enorme de las finanzas internacionales, de las cuales la flexibilización cuantitativa (quantitative easing), adoptadas por EEUU, UE y Japón son solamente el último ejemplo. Se sigue, por tanto, como aparece evidente en los datos económicos oficiales, que estos “vértices” de la economía mundial viven, así pues, una condición de estancamiento que empuja de un lado hacia la creación de burbujas financieras y, del otro, hacia la reducción de las rentas, y por tanto del consumo, incluso en sus mercados internos reproduciendo y amplificando las propias contradicciones sociales.
Pero, hablar de desarrollo de las fuerzas productivas significa también hablar de la fuerza de trabajo, entendida tanto como trabajo manual como trabajo intelectual, en la medida en que es ella misma la fuerza productiva que, en la dimensión mundial del mercado, está en su mayor parte fuera de los centros imperialista y afecta al resto de la humanidad que vive en los otros continentes. Por tanto, la perspectiva real de crecimiento está hoy fuera de los países que todavía creen “dirigir” el mundo sobre la base de sus estrechos intereses.
Este escenario de fondo, hoy, empieza también a verse concretamente en los equilibrios de poder internacional con el papel cada vez más evidente de los BRICS y con un protagonismo multipolar de sujetos que reivindican una autonomía respecto a los centros imperialistas.
Esto no quiere decir, ciertamente, que los sujetos que están encontrando protagonismo sean por sí mismos “progresistas”, pero sí significa que cerrarse dentro de la jaula de la UE y decir que no hay alternativas es una falsedad histórica y ideológica.
En este contexto en vías de evolución, de hecho, la posibilidad de crecimiento está realmente fuera de los centros imperialistas, que no saben cómo salir del estancamiento. Una situación que ellos mismos definen como histórica. Mientras tanto, la orilla sur del Mediterráneo es potencialmente un interlocutor natural de los países PIGS que hoy sufren las políticas de los eurócratas, y una posibilidad de desarrollo que cambie todas las políticas de austeridad. De esto se ha dado cuenta hasta nuestra Confindustria (gran patronal) que en su periódico, Il Sole 24 Ore del 17 de abril pasado, escribe que el futuro se juega en el Mediterráneo, afirmando que esta área, si fuese un único país, sería la segunda economía del mundo después de los EEUU.
En la globalización impuesta por el capitalismo no está solamente la orilla sur del Mediterráneo, sino que está también el sur del mundo, que se encuentra en Asia, África y América Latina. Por tanto, los límites “estatales” que nos quiere imponer la burguesía europea en proceso de constitución son límites postizos construidos en base a sus necesidades de competición con las otras potencias y de afirmarse como sujeto hegemónico.
No sería en absoluto casual que Grecia, que es ahora la víctima designada por los eurócratas, se volviese hacia Rusia y China para encontrar una vía de salida a la dramática situación actual. Seguramente, ésta no es la opción que los griegos hubieran querido hacer, pero es ciertamente un posible camino a recorrer, una alternativa al suicidio político y social que se les propone.
Como fuerza comunista, sabemos bien que por sí solo el desarrollo de las fuerzas productivas genéricamente dichas, incluso en su parte social, no lleva automáticamente ni a una transformación social ni a resolver la contradicción entre Modo de Producción Capitalista y Naturaleza. Sin embargo, no podemos ignorar que la jerarquización mundial que nos proponen los centros imperialistas para mantener su renta de posición es una realidad enemiga de los pueblos del mundo, de las fuerzas progresistas y democráticas y del movimiento de clase.
La Historia. Finalmente, decir que para los pueblos del Continente la única dimensión creíble de un proceso histórico es la de la UE, es como mínimo una sentencia forzada de la propia Historia. En realidad, ésta ha marcado de modo diferente las diversas áreas y países del Continente, y si esto no justifica la separación y el conflicto entre estas diversas historias y culturas no justifica tampoco aplastar estas diversidades dentro del modelo de desarrollo capitalista que, además, está hoy en crisis incluso en sus centros principales.
La Historia, por tanto, pesa en los procesos políticos concretos. Y si no se quiere repetir hoy los errores del 1900, con dos guerras mundiales, poniendo la frontera en medio del Mediterráneo, donde ya están muriendo miles de migrantes como en un nuevo genocidio, es necesario romper la Unión Europea tal y como ha sido concebida, porque no es de ninguna manera un instrumento de paz, sino de guerra.
Por otra parte, la alternativa a un compromiso auténtico de los países del Mediterráneo en un proceso de desarrollo general está ya en marcha. Es, de hecho, la afirmación de una identidad islámica regresiva, que no es la salida que anunciaban las tan “apreciadas” primaveras árabes, sino la definición de un nuevo polo geoeconómico que gira en torno a las petromonarquías, que se están proponiendo como nuevo sujeto en la competición global, incluso por la vía de la posesión del arma nuclear.
Naturalmente, una guerra hoy no puede tener la forma ni de la primera ni de la segunda guerras mundiales, pero no puede más que replantear la misma lógica competitiva y de rapiña de las materias primas de Oriente Medio y de la fuerza de trabajo y los mercados del Este europeo. Es esto, en realidad, lo que están haciendo nuestros aprendices de brujo en el conflicto generalizado que se agrava después del sueño del “fin de la Historia”, presentado como enésimo fetiche ideológico con la caída de la URSS.
Poner en crisis este mecanismo infernal (que cada vez más se autoalimenta y que cada vez menos se puede controlar) que ve en la construcción de la UE su propio acelerador, es una obligación que corresponde a los pueblos europeos y del Mediterráneo, a los movimientos democráticos y también a los comunistas.

Por estos motivos proponemos la construcción de un área Euromediterránea, más allá de la Europa imperialista, a favor de una nueva relación entre los pueblos europeos, para desarrollar una colaboración entre los pueblos del Mediterráneo que tenga la paz como parámetro principal, para desarrollar las fuerzas productivas en harmonía con la justicia social y con el ambiente. En otras palabras, frente a la crisis sistémica que el capitalismo nos plantea se trata de luchar contra las oligarquías europeas, pero identificando también modelos de desarrollo diversos y alternativos a la competición global.
Es una propuesta que puede parecer utópica, pero que se está haciendo cada vez más creíble porque sigue la línea del conflicto político y social interno de la UE, que es donde las contradicciones aumentan cuantitativa y cualitativamente.
La definición construida por Bruselas de los PIGS hace evidente la idea tanto de la “fractura social” que se está produciendo como de la arrogancia de quienes creen que pueden juzgar a los otros. El problema, así pues, no es el de una contraposición geopolítica entre la clase trabajadora de los países del sur de Europa y de los del núcleo central de la UE.
El problema es entender y trabajar para que la ruptura se produzca allí donde puede producirse y se lleve consigo a los otros. Nadie quiere dejar fuera a los trabajadores o los desempleados alemanes, holandeses, daneses. Por otro lado, no es posible esperar una ruptura histórica allí donde más difícilmente puede suceder. En definitiva, algunos esperaban a la clase obrera alemana del noviembre del 1917; sin embargo, a la cita se han presentado los campesinos chinos del 1949 y los campesinos cubanos del 1959.
Indicar esta referencia, más allá de la posibilidad concreta hoy, significa ofrecer una propuesta, una perspectiva global, una línea de trabajo a las fuerzas políticas y sociales que quieren luchar contra la condición actual. Es un proceso dialéctico, complejo y de recomposición que se basa en una contradicción que no puede ser superada por las actuales clases dominantes.
Es un proceso que, en un primer momento, parece que propone un retorno a la dimensión y a las monedas nacionales, como intentan demostrar las fuerzas de derecha y reaccionarias como la de Le Pen en Francia; pero, en realidad esta ruptura no sería posible ni siquiera a nivel nacional si no asumiese y trabajase en función de una hipótesis que supere aquella dimensión específica. Una hipótesis que no debe tener las características de la rapiña imperialista, sino que tiene que basarse en relaciones igualitarias a favor de un desarrollo común en el área Euromediterránea que sea capaz de construir las relaciones de fuerza adecuadas al enfrentamiento que un hecho como este pondría en marcha.
10 Octubre 2015
Traducció del italià: Pep Valenzuela.17/10/2015